Entre Cajabamba y sus cercanas… Cajamarca – Perú

En Cajabamba una Chinalinda sacude súbitamente su par de alas, y el olor a Capulí despierta los bolsillos de la memoria cuando ojos de choloque se fusionan con el paisaje bajito, dejando a propósito abierta a plenitud el cielo, el azul eterno desenfrenado abraza todo el firmamento y cada quién subiendo, sacando la cabeza, alzando los ojos y bajándoles por entre los meandros que se entierran y aparecen por el vientre de las colinas y por burujos blancos heterogéneos.

El primer beso no se da con la boca sino con el tacto comprometiendo la mirada, el beso a la Andina Cajabamba se otorga con fervor, con todos los sentidos; se dá al agua fresca, al rocío, a esos amores con que sueña Rosa Berenice la poeta, al ruido del Lic Lac, al lanche, a la penca del borde del camino y al sonido de las vizcachas y chillido de los conejos. ¿O por qué no? a la dulce voz de doña Lucía que pasa con su niño en palpante compañía.
La imagen de los Lluchos, los Huamachucos o del mismo inca salta de las escondidas relaciones de la historia y posan como interrogantes imaginarios a cada paso. Ahora rutas de la papa, la lenteja, el trigo y de los varios ganados que descansan sus cachetes en los pastizales que se extienden por doquier. Las ovejas otro tanto se eclipsan unas con otras en los corrales. Y manos masculinas y no, pasionarias y sí, se tienen por entre el ordeño casi de madrugada, cuando el sol proclama llegada.

En la cocina se oye un cuchillo, cae repentino sin previo aviso, doña Matilde encara alegría porque sabe de la genial visita. Ella repite: –será Marquina la buena amiga—o — Luis Castillo –trayendo su Shungul, su shingo y sus shapingos con tucshida, aquí donde mora mi esperanza.
Las capturas visuales no pueden hacerse fotografías, en Cajabamba – Cajamarca.

burujos blancos heterogéneos






