Acopalca la de Huari, cercana de Huaraz

Alguien grita de más arriba ¡Abre mucho los ojos!
Antes de ponerte a andar, permite conmemorar esas letras de condicional: afinar los sentidos dejarse enamorar, de Acopalca, la de Ancash.
Aquí el sol quema e ilumina, despide de tanto en tanto a las nubes y colorea el azul del cosmos, el viento observa escondido y el frío casi no despide sonido. En Acopalca, en la plazuela, los músicos entonan melodías, agitan el poncho y danzan los pies durante el día, para sazonar la llega del hermano, de Mirtha y Luzmila, de Juan y Fernando. O de Bartola la amiga del ganado.
Las casas de barro, sabor a tierra, blanquitas unas, amarillentas otras, se dejan ver de todos lados: desde la esquina de Lorenzo y la salida a Purhuay, la laguna; del caminito que comunica el parque deportivo con el Cautiverio para la buena Gente, y desde el criadero de truchas delicado alimento para el paladar.
Y más allá no más, están de faldas plisadas y sombreros nuez, María e Inés, en la charla con el chancho y la gallina, sobre la comida de la mañana que van reclamando a tonadas. Ellas sostienen la singularidad y van dibujando menudas sonrisas en las mejillas completando el intercambio de hermandad.
Por el otro lado de la callecita esta doña señora, con esmero limpiando su ropa, labor de dama y mamá; y están los otros viajantes que se topan y se mueve por delante en su afán de continuar, saludan con la mirada, o a veces vienen solo pasando, capturan sin más y van camino a deleitar el apreciar y el degustar. Hasta la Piscigranja van a dar.
Allá adentro, en un extremo, cuentan los amores del Huagancu, amada de Huagaitzu que se convirtió en flor y ahora mora en las laderas de Purhuay. “Y entonces si tienes bonita el alma, lo encuentras, arriba ella está, también se le come, bueno es, pero en mes de mayo debes ir, te recomiendo”, cuentan, cuentan… armonías, sinfonías de letras en melodía y baile. Y entonces se alarga el encuentro, se suceden los asombros, se fortalecen los lazos, se mira con otros ojos.
Y también van llegando las buenas nuevas del patrón San Bartolomé, mientras los cuyes por las rendijas del hogar se dejan agasajar y los caballos mascan despreocupados fuera del corral. Suena entonces el guaynito, suena pasito, dando la llegada a la tarde acopalquina, allí donde los ojos apuntan solo a una laguna y descubren más que un sembrar.
–Decí que habéis visto ¿?

En Acopalca, en la plazuela, los músicos entonan melodías, agitan el poncho y danzan los pies durante el día.

Las casas de barro, sabor a tierra, blanquitas unas, amarillentas otras, se dejan ver de todos lados.

del caminito que comunica el parque deportivo con el Cautiverio para la buena Gente.

“Cautiverio para la buena Gente”

Por el otro lado de la callecita esta doña señora, con esmero limpiando su ropa, labor de dama y mamá;..
