Noche fría

Me sacudí el sombrero de la dulce gota de rocío que despejó la mañana, en los pies llevaba un par de tacones escasos, y largo vestido rosa que me apretaba en algún lado. No sé por qué aquella noche parecía distinta, un tanto diáfana, un tanto mohína, ¿no sé por qué?, me senté en la acera a esperar que pasa, recogí los pocos flecos que me quedaban sobrando, y recorrí de pie a cabeza, la angosta cuadra que pasaba desapercibida por el apremio a cuestas de todos los días de mi andanza,
Me recogí el cabello, me acomodé soberana y digna, cual manantial cristalino, a la espera. Y entonces irrumpió en mi oído, casi sin gracia, cayó de golpe una voz arrecha de vandalismo, de miseria. Me apreté el pecho como pude y conseguí por mi madre, correr hasta la puerta entreabierta, desgastada y sucia, me agazapé un poco y perdí la cuenta.
Resonaba el viento, golpeaba con fuerza, mis narices se levantaban soberbias a agarrar el último y fugaz suspiro del viento. No veía nada, ni una palabra pasó por mi recuerdo, ni la avemaría vino a mi mente. Se rasgó el umbral, se afinó el oído, pero me perdí en el cuento de los animales, del gemido. Dos lagrimas brotaron de adentro y una capsula liquida me recorría. Mis tripas inertes retorcían su forma y mi vivaz espera se partió en dos; en espera y desilusión eterna. -A la noche fría le comieron el alma-, se escapó de algún lado.